No me importan los ojos sino la mirada, la complicidad con la que se engañan.
El engaño que viene de creer en la inocencia y pureza del vecino.
Un vecino que no hace casi nada por dejar de serlo.
El ser que se estanca en una vida ajena.
Ajeno lo que envidio de lejos.
Lejos y sin regreso.
Regreso...
¡Jamás!
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